14 mayo 2012

Schroeder- Vaccaro Breve historia de la literatura latina. – Fragmentos.


“V.  Época de Augusto”

Esta etapa de las letras latinas (40. a. C. – 14 d. C.) puede considerarse la segunda mitad del Siglo de Oro romano, por la concurrencia de poetas como Virgilio, Horacio y los elegíacos, y un prosista como Tito Livio, favorecida por la paz que dio a Roma el gobierno de Octavio.

Virgilio

Octavio le insinuó la conveniencia de componer un poema nacional que contase las grandezas del imperio. La Eneida le demandó once años y, al cabo de tanto tiempo, no consideraba terminada su tarea y pensaba que podía perfeccionarla después de un viaje por Grecia y Asia Menor, pero en Atenas se encontró con Augusto, que volvía de una campaña por Oriente y lo convenció de que lo acompañase de regreso. Virgilio cayó enfermo en Mégara; murió después de haber desembarcado en Brindis y fue sepultado en Nápoles. Antes de morir había pedido que se quemase el poema, pero Augusto no lo permitió.
La Eneida fue el resultado no sólo de su esfuerzo sino también del aporte de los poemas homéricos, entre otras obras. La Eneida es mitológica por su asunto e histórica por las alusiones que la prolongan hasta la época del autor. Son notorias las correspondencias entre Homero y Virgilio: juegos fúnebres, catábasis o descenso al infierno, larga descripción de un escudo de manufactura divina, desfile de héroes, duelos, asambleas de dioses, intervención divina en la vida humana, llegada de Ulises al país de los reacios (Odisea, VI) y arribo de Eneas a Cartago (Eneida, I), combate ante las murallas de Troya (Ilíada, XII) y lucha entre los troyanos y los nativos (Eneida, VII), narración por Ulises de sus aventuras a los reacios y por Eneas de las suyas a Dido, aventura nocturna de Ulises y Diomedes en la Ilíada y de Niso y Euríalo en la Eneida; Aquiles, Helena, Héctor y Príamo en la Ilíada y Eneas, Lavinia, Turno y Latino en la Eneida; antagonismo Aquiles- Héctor y Eneas – Turno. Pero Virgilio puede ser leído con desconocimiento de las fuentes en que se surtió.
El aporte de la historia al mito asume fundamental papel en la transformación del mundo homérico en manos de Virgilio. Desde el punto de vista histórico, es como si los troyanos, al lograr asentarse en el Lacio, se resarciesen de la derrota en manos de los aqueos.
Virgilio se propuso, como artista, imitar a Homero; como patriota, cantar la gloria y la grandeza de Roma, y como colaborador de Augusto, sostener dinásticamente la monarquía octaviana. Esta triple finalidad es la que lo lleva a combinar la leyenda, la historia y el presente enlazados en la obra. La Eneida está poblada de referencias históricas, como cuando se refiere a César en el libro VI; otra referencia histórica es el vaticinio (para los troyanos) de la invasión de Aníbal: “Llegará el tiempo preciso de la lucha (no os apuréis), cuando la fiera Cartago introduzca en  las fortalezas romanas, a través de los abiertos Alpes, un gran desastre” (X: 11-3). Eneas, a punto de descuidar su cometido por atracción de Dido, es como Marco Antonio seducido por Cleopatra.
Era también fundamental para los romanos tratar de emparentar con los griegos, para no formar parte del mundo de los bárbaros, y ello se logra al relacionar a los troyanos con los fundadores de la estirpe latina: “y habiendo padecido también muchas cosas de la guerra, hasta que fundase una ciudad y llevase sus dioses al Lacio, de donde la raza latina y los padres albanos y las altas murallas de Roma” (I: 5- 7). El emparentamiento con los troyanos nos está contemplado también desde la concepción dinástica: “De hermoso origen nacerá el troyano Julio César, que limitará su imperio en el Océano y su fama en las estrellas, traído su nombre del gran Julo” (I: 286- 8).
La Eneida puede dividirse en tres partes: 1) caída de Troya y huida; 2) amores de Dido y Eneas; 3) continuación del viaje en busca de la tierra prometida, todo enlazado por la figura de Eneas.
El libro IV, que narra los tempestuosos amores de Dido y Eneas, es el de más honda dramaticidad, por el tema, por el apasionamiento de los caracteres y por el cruento desenlace que pone Dido a su pasión.
El VI, la catábasis, resulta, por su contenido y por su ubicación en el centro del poema, una especie de intermedio en el que el poeta deja un momento la gesta de Eneas propiamente dicha y pasa a cuestiones filosóficas. El valor fundamental de la catábasis consiste en que el héroe, para llegar a la patria, debe vencer a la muerte.
Los dioses de Virgilio conservan los odios y las pasiones de los homéricos, pero por sobre esta condición se yergue un afán de justicia que los jerarquiza y los humaniza, al par que la justicia que deben administrar se vuelve más justa. El hado parece una instancia superior a los dioses mismos, pero Júpiter se acomoda a él sólo cuando así conviene al mito. En cuanto a la adivinación, Virgilio no se limitó a sus formas romanas, sino que las combinó con las de origen helénico, y su función más importante la cumple en la escena de magia que promueve Dido en el libro IV.
Le venía muy bien Eneas al poeta por su escaso papel en la Ilíada, y porque poseía una innegable sustancia divina y se relacionaba a un tiempo con la tradición homérica, de la que procedía, y con la romana, a la que se dirigía. Eneas es uno de los seres más humanos, al que Virgilio ha mostrado muy cercano a nosotros por su modo de pensar y de sentir. Aquiles en la Ilíada y Ulises en la Odisea mantienen un carácter uniforme, mientras que Eneas en la Eneida se transforma de vencido fugitivo en jefe de estado. Por su lucha tenaz contra la adversidad, por la piedad filial, por la fidelidad a la patria, por el respeto del designio de los dioses, Eneas es “el héroe digno por excelencia de piedad y simpatía, más que de admiración”.
La verdadera contienda en la Eneida no son los combates que sostienen los ejércitos, sino la lucha interior de Eneas entre el deber y la pasión, entre Dido e Italia. Y el vencedor no es Eneas, aunque abandona a Dido; ni siquiera el deber, que es el causante de esto, sino el destino, que ha marcado inexorablemente la función que debe cumplir Eneas y, por consiguiente, el trágico final de la reina.

22 abril 2012

Link de un artículo sobre el grotesco criollo (sugerencia)

http://www.artecriticas.com.ar/detalle.php?id=12&c=4

Teatro rioplatense:


Contexto histórico:
Hacia la última década del siglo XIX nuestro país alcanzó una relativa tranquilidad social y política. La nación estaba en paz y más rica que en cualquier momento previo en su historia. El aporte inmigratorio contribuyó a aumentar la población nativa y fue infiltrando nuevas costumbres tanto en la sociedad tradicional patricia como en el hombre de campo. Nuestros gobernantes promovieron con entusiasmo el bienestar, la riqueza y el progreso.
La prosperidad de la nación despertó en el pueblo la fiebre del dinero y la especulación, el desenfreno por los negocios de ganancia segura y el afán de enriquecimiento a través de las cotizaciones de la Bolsa. La embriaguez corruptora se extendió por todas partes y la ciudad entera se transformó en un verdadero emporio comercial donde diariamente surgían nuevos ricos.
En la vieja sociedad porteña de raigambre colonial se fueron operando profundos cambios: muchas familias de la época heroica iban desapareciendo sin dejar herederos, otras se arruinaban como consecuencia de la crisis económica que elevó a primer plano a hombres de visión, hasta entonces trabajadores humildes y menospreciados. El inmigrante logró el bienestar propio y asegurar el de sus hijos, quienes pulieron sus costumbres en la Universidad y se casaron con hijas de familias señoriales arruinadas. Surgió así una nueva clase social: la clase media. Al mismo tiempo se fueron introduciendo ideas sociales avanzadas que se centraban en torno a la lucha de clases, los conflictos entre capital y trabajo, las injusticias sociales, etc.
Muchos de estos problemas fueron llevados a escena.

Historia del teatro en Argentina:
En la época colonial se representaban obras de origen español humorísticas o de tema religioso, la intención en ambas formas era moralizante. Las únicas representaciones creadas en nuestro territorio fueron las “loas” (breves piezas que iniciaban los espectáculos, en las que se homenajeaba a alguna personalidad destacada o santo).
En el primer teatro, que se llamaba “La casa de las comedias”, se presentó Siripo en 1789 de José de Lavardén, primera obra nacional que se refiere a la conquista del Río de la Plata. Esta obra representa a la corriente más culta dentro del teatro de la época.

El género mayor: dramas y comedias:
Esta línea se inspiraba en la dramática europea y prolongaba las formas del romanticismo. Entonces, si bien trataban de buscar un teatro nacional incorporando temas americanos, no lo lograban completamente.
La línea de la comedia y el drama románticos aparecía debilitada y decadente porque resultaba extraña a las formas de vida que el público sentía como suyas. Su desarraigo esencial lo convertía en actividad vitalmente inoperante.

El drama gauchesco:
Es esta línea dramática la que ha sido considerada como fundamento del teatro nacional, sin embargo, el aporte de las dos otras corrientes es también innegable.
En 1884, Eduardo Gutiérrez convirtió su folletín Juan Moreira en una pantomima que exaltaba la rebeldía del gaucho en lucha contra la autoridad abusiva e injusta. El protagonista fue interpretado por el artista circense José J. Podestá, “Pepino el 88”. La pantomima que incluía danzas y gauchos a caballo, se representaba en el picadero[1].
En 1886, el mismo Podestá introdujo el diálogo en la pieza, convirtiéndola así en drama hablado. Este fue el origen del drama gauchesco.
La obra anónima El amor de la estanciera, de 1789 es una de las primeras obras del teatro argentino y responde a este género gauchesco. Sigue, no obstante, al teatro español. Algunos sostienen que esta obra responde más bien a las características que posteriormente mostrará el sainete.
La línea del drama gauchesco –hacia 1900- se hallaba agotada y estereotipada, con figuras impregnadas de romanticismo o de exageración caricaturesca.

El drama realista:
El realismo crítico y el naturalismo europeos, el teatro de ideas y el teatro de la crueldad influyeron en los escritores de este período, modernizando el teatro argentino.
Sánchez revitalizó el teatro de tema criollo y lo enriqueció con su aguda observación de los conflictos y de los caracteres estudiados en la vida misma, en la experiencia real, con eficaz simpatía y comprensión de la gente del pueblo en todas sus perspectivas. Campo y suburbio –gauchesco y sainete- adquirieron una nueva dimensión, ahora compleja, viva, humana, en la versión de un observador realista, amante de la humanidad concreta y de la vida real.
Sánchez comprendió exactamente el problema teatral. A un teatro que se movía entre lo europeo y su influencia o el drama gauchesco, lo orientó hacia una expresión propiamente argentina: describió fielmente la realidad del momento, reflejando los problemas vivos del medio y el país.
Ese teatro rescató para la comedia y el drama el ambiente de la ciudad y de la nación. Hasta entonces, la temática estaba provista por la literatura extranjera, por asuntos históricos y políticos románticamente desfigurados, por una expresión tipificada y esquemática del campo y el gaucho, y por el ambiente del suburbio –sainete- cuya pronta estereotipación de tipos y temas lo limitó a esquemas parciales, deformados y caricaturescos.
El drama y la comedia realistas y el drama naturalista incorporaron la compleja vida nacional con su problemática social y sus gentes, ahondando el examen de su condición humana, sus maneras de ser, sentir, pensar y conducirse; estudiando la base psicológica de los móviles de sus acciones, que aparecen como reacciones individuales de una situación político- social colectiva.
El realismo pertenecía a la literatura argentina desde los tiempos de El Matadero (1838), de Esteban Echeverría, y resurgió como actitud y estilo preponderantes con los novelistas de la generación de 1880.
Igualmente tenía el realismo antecedentes en el teatro rioplatense, en obras de asunto histórico, en el drama gauchesco y especialmente en el sainete. Pero en todos los casos parcializado o deformado por la esquematización caricaturesca.
El teatro del novecientos ahonda, ajusta y amplía la proyección de la realidad nacional en la expresión dramática.

El género chico: sainete y zarzuela:
Ambas son piezas de costumbre y de actualidad local.

La zarzuela:
La zarzuela es un género musical escénico, con partes instrumentales, vocales y otras habladas, que surgió en España. Su nombre procede de La Zarzuela, lugar cercano a Madrid donde se hallaba el teatro que albergó las primeras representaciones del género. Éste se diferencia de la ópera por alternarse en él la prosa hablada y el canto; en la ópera, tanto los coros como los recitativos son exclusivamente cantados.
En el siglo XIX, la zarzuela se dividió en género chico (zarzuelas de un solo acto) y género grande (zarzuelas de dos, tres o más actos). Se adoptaron temas costumbristas, populares, cómicos y bailes españoles. Sus personajes están estereotipados (el criollo pobre, el gaucho, el compadrito, la percanta). Hay enredos para hacer reír, es más picaresca.
En el siglo XX comenzó el declive de esta forma.

El sainete:
El Sainete original era una pieza en un acto que se representaba en los intermedios de otra obra. La representación consistía en diálogos dinámicos y picarescos y se incluían canciones. La acción es ágil y los personajes están tipificados. El lenguaje es pintoresco y fluido. Divierte al espectador; busca el efecto con música y color.
En Argentina, el sainete combinado con las formas del circo, dio lugar al sainete criollo. Éste, si bien mantiene el sentido cómico, representa más profundamente la realidad social. Cumple una función de crítica social. Las partes cantadas y los segmentos musicales se fueron abandonando hasta reducirse, en algunos casos, a una fiesta final, con baile y canto.
El sainete criollo consiste en una pieza de un acto dividida en escenas y cuadros. Los cuadros primero y tercero suelen transcurrir en el patio de un conventillo, mientras que el segundo, en la puerta o en la calle.
Este género chico mostraba las necesidades y preocupaciones del público del momento y, por eso, se convirtió en un éxito comercial.
Los temas del sainete los provee el conventillo, el suburbio y la política. Sus personajes están tomados de ese ambiente de compadres, relevos, vividores, gringos, gallegos, cocheros, vigilantes, obreritas y vendedores de diarios. Su lenguaje es el popular y el lunfardo, pródigo de barbarismos y se adorna, infaltablemente, con tangos, bailes y música del arrabal. El lenguaje del sainete representa la complejidad de la sociedad de esa época: los inmigrantes tratando de llevar adelante las ilusiones de progreso, los criollos pobres compitiendo con aquéllos, las generaciones más jóvenes, deslumbradas por los lujos que la sociedad les escatimaba. La variedad de registros se utiliza también como recurso humorístico para generar malos entendidos.
Esta forma, afianzada en 1920, presenta como principales exponentes a Carlos Pacheco, Florencio Sánchez, Gregorio de Laferrere y Roberto Payró.
            En Pacheco, suele aparecer un tono pesimista que le da un matiz sentimental a la obra pero que también lo despega del estereotipo.
La risa suele ser, en todos los géneros, una visión no oficial, no feudal de la vida. Cuando solo nos queda la risa, aparece el arte grotesco. De esta forma el sainete da lugar al grotesco. Ej. La Nona

El grotesco criollo:
La etimología de grotesco viene de la palabra grotta que en italiano significa gruta o caverna. En las grutas se encontraron pinturas con imágenes animales, vegetales y humanas todas mezcladas entre sí, y, por lo tanto, para comprenderlas era necesario aislarlas. Esas formas se confunden y se transforman entre sí, en ellas no hay fronteras, sino movimiento, transmutación, libertad y osadía.
Así, el grotesco es un arte que mezcla lo cómico con lo absurdo y deforme. El tema es serio, porque muestra una situación social o la angustia de un personaje. El espacio es más limitado que en la zarzuela y los personajes son seres que sufren. El lenguaje es fragmentario porque a ese personaje le cuesta expresarse. Si bien la obra hace reír, con su densidad también provoca perplejidad  y angustia en el espectador y lo invita a reflexionar.

Antecedentes:
Cuando analizamos el fenómeno teatral que acompaña al proceso inmigratorio, lo caracterizamos como un espejo de costumbres que va reflejando a lo largo de 40 años la formación de una nueva identidad nacional.
La realidad que el teatro refleja conlleva una carga suficiente de dolor y desesperanza como para que la risa sea quebrada a menudo por la nota trágica.
En el género chico, una serie de piezas testimonian tempranamente la miseria, la injusticia social, la soledad, la corrupción, tales como: Los tristes o la gente oscura (1906) de Carlos Mauricio Pacheco, Los primeros fríos (1910) de Alberto Novion, El día sábado (1913) y Los desventurados (1922) de Francisco Defilippis Novoa.
Carlos Mauricio Pacheco es el primero en utilizar el grotesco, haciendo irrumpir lo trágico en lo risueño cotidiano. Su sainete Los disfrazados (1906) plantea con claridad la contradicción entre la máscara (el disfraz) y el rostro (los sentimientos íntimos). El conflicto encarnado en Don Pietro, el protagonista, se repite ampliado entre los habitantes del conventillo y en toda la sociedad porteña, pues es carnaval. Bajo las máscaras alegres y el relumbrón de los trajes, se percibe por instantes el rostro patético del hombre.

                     “Pasaban los payasos haciendo morisquetas; una  punta’e mascarones raros  
                      Metiendo ruido, los coches iban a entrar en la fila, un campanilleo que
                      aturdía y a cada momento los gauchos rascando las piedras con las
                      espuelas…Y él seguía hablando y de repente me pareció que tenía razón,
                      que todo aquello era el mundo. Un mundo de locos y encaretaos…”

En 1921, Armando Discépolo en colaboración con Rafael José De Rosas escribe un sainete en un acto y tres cuadros, Mustafá. Comienzan a perfilarse en esta obra las características del grotesco criollo.
El protagonista, Mustafá, es un turco vendedor de baratijas que habita con su familia en un conventillo. El turco ha comprado a medias con un vecino, el italiano Gaetano, un billete de lotería. El billete sale premiado, pero el turco niega tenerlo. En un instante ha comprendido que si traiciona al socio,  puede regresar a la patria añorada y escapar de la miseria. Toda una noche persiste en el engaño. Derrotado por el asedio del italiano y por los propios nervios, confiesa a la familia su acción. Los hijos deciden devolver el billete a Gaetano. Cuando van a buscarlo, descubren que se lo han comido los ratones.
Mustafá  mantiene del sainete la brevedad, la ubicación de la intriga en el conventillo, los personajes inmigrantes, el uso de las jergas de inmigración, la agilidad de la intriga, la comicidad montada sobre el lenguaje y la expresión corporal y la pintura de costumbres. Y, sobre todo, una versión optimista de la propia realidad. Dice Gaetano:
“….nel conventillo todo ese armonía, todo se entiéndono: ruso co japoneses; franchese co tudesco; italiano co africano; gallego co marrueco. ¿A qué parte del mondo se entiéndono como acá: catalame co españole, andaluce co madrileño, napoletano co genovese, romañolo co calabrese? A ninguna parte. Este e no paraíso. Ese na Jauja. ¡Ñe queremo todo!”

Características:
ü      Los temas:
El tema básico es el dinero, o mejor, su ausencia. Asociados a él, van los fracasos, el desamor, la desilusión familiar, la corrupción, el delito, la miseria, la humillación.
                       
ü      La construcción dramática:
Podemos decir que el grotesco está construido de un modo similar al de la tragedia griega. Cuando comienza la intriga, estamos a un paso del desenlace. Y esto es posible pues la acción ha comenzado mucho tiempo atrás, y solo asistimos a la agonía final del héroe.
Generalmente, un hecho exterior al personaje sirve como resorte que hace saltar la intriga hacia el desenlace.
Si bien el héroe intenta, en el nivel de la intriga, escapar a su destino, la situación es irreparable, pues la disolución familiar, el fracaso, el cansancio han ido carcomiéndolo poco a poco. Esta inevitabilidad  del destino vuelve más trágica su agonía final. La corta duración  de la pieza concentra el efecto.

ü      Los personajes:
Son inmigrantes, en su mayoría italianos, quizá por el simple hecho de haber sido los más numerosos o los más fracasados.
Sus nombres titulan las obras, señalando claramente al personaje en quien se encarna el conflicto. A veces el nombre señala el oficio del protagonista (Relojero) o el instrumento de trabajo (El organito), vinculando así estrechamente personaje – trabajo.
La apariencia de los personajes es generalmente grotesca. Están caracterizados como fantoches, un poco bestias, un poco muñecos, un poco hombres.

ü      El espacio:
Las  historias se ubican en los conventillos y suburbios de Buenos Aires. Pero la calle o el patio del “convento”, con su profusión de personajes, son reemplazados por la pieza, donde se amontona la familia.
La escenografía es realista; denota la situación económica y las actividades de la familia. Los cuartos están repletos de objetos y muebles; las paredes cubiertas de manchas u ornamentos viejos estropeados.
El abigarramiento y la profusión de objetos que pueblan las habitaciones evidencian el agobio que padece el personaje. La oscuridad las asemeja a cuevas, correlato escenográfico de la imposibilidad de salida para el protagonista.

ü      El tiempo:
El tiempo de la representación es breve. Una hora, una hora y media. Quizá su procedencia del teatro por secciones haya dado tal concisión al grotesco. Exceptuando Cremona  y Relojero (la primera en seis “luces” (cuadros) y la segunda en tres actos), los demás se desarrollan en un acto o dos.
Bastan unos días, un mes, para que la historia finalice. El tiempo está en estrecha relación con la construcción dramática.

            Bibliografía:

Discépolo – Cossa. El grotesco criollo: Discépolo-Cossa. Buenos Aires: Colihue. 2007

Gerzenstein, A. Introducción en “¡Jettatore!...” de Gregorio de Laferrere. Buenos Aires: Huemul.

Lengua y Literatura 6. Buenos Aires: Tinta fresca. 2007.

Loprete, C. Literatura hispanoamericana o argentina. Buenos Aires: Plus Ultra. 1978.

Verdugo, I.  Estudio preliminar en “Las de Barranco” de Gregorio de Laferrere. Buenos Aires: Kapelusz. 1965.



           


[1]  Según la RAE, la definición de picadero es: m. Arg. y Ur. Pista de arena en el circo.

18 marzo 2012

BORGES: ANÁLISIS Y COMENTARIO EVALUATIVO (Daniela Valenzuela)


Jaime Rest[1] nos da a entender que la postura de Borges a lo largo de su obra es la siguiente: todo debe traducirse en materia verbal pese a que el lenguaje sea limitado y nos limite. Como el signo lingüístico en su arbitrariedad no puede trasladar la realidad, deber reivindicárselo sólo como juego, por su calidad estética, sin dejar de hacer manifiesto el artificio. Así, Borges se empeña en mostrar que todo lo que enunciamos es ficción y que como tal debe ser considerado.
La postura de este autor, nos sirve para avalar el planteo central de la obra de Sylvia Molloy, quien nos presenta a un Borges resignado al advertir la ineficacia del lenguaje. Sin embargo, pese a la desilusión, él no puede evitar sumirse en el juego literario, justamente porque el signo no es la realidad, puede crear ambigüedades, insertar rupturas,  buscar la descentralización, la confusión, el caos, y reinventar la lógica del tiempo y del espacio. Gracias a su propia esencia y a la figura del lector, el texto puede multiplicarse ad aeternum. La acertada visión de esta autora abre la posibilidad de un vasto análisis de los textos seleccionados, del cual aquí se presentará un mero esbozo.

            “Borges y yo”
            El primer desdoblamiento se da, como en toda ficción, entre el autor empírico y el textual, y, luego, entre este último y el narrador[2]. Aquí todos son Borges y ninguno lo es. Además, el narrador, se siente desdoblado en el otro (el Borges consagrado). Para complejizar más la temática, siguiendo a Molloy, podemos postular que, también, el yo y el otro, en tanto personajes son un desdoblamiento, ya que son construcciones lingüísticas: ambos son nombrados, y el nombrar es enmascarar y plasmar un reflejo, que, por cierto, no es estático, ya que, en palabras de Molloy, oscila entre “un anverso y un reverso que nunca coinciden”[3]. Se nombra y, automáticamente, se crea un doble, ya que la palabra no es la realidad.
            En la obra, el yo, se postula como una persona común y corriente,
“Yo camino por Buenos Aires y me demoro (…), para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel (…) Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson”[4]
perdiendo así de vista, en un primer momento que él también pasa a ser el nombrado así como también pasa a ser una construcción, al igual que ya lo es el otro, al cual critica. La diferencia radica en que el yo es nombrado por sí mismo, en cambio el otro no solo es nombrado por el yo narrador, sino también por otros. El otro Borges es el que la escritura, la cultura, la tradición escribieron/ construyeron y que dista del yo, así como ambos distan del Borges empírico.
…de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico.”[5]
            Advertimos entonces que el otro Borges es el reflejo del Borges escritor, por eso, cuando el narrador se refiere a él, menciona “su perversa costumbre de falsear y magnificar”[6]. En esta cita se plasma la visión del autor sobre su literatura y la literatura: esta es falsa, es hiperbólica, es reflejo, es máscara, es un juego carnavalesco. Como explica Molloy, al nombrar algo, intentando fijarlo, este nombre se vuelve máscara y la máscara oculta el verdadero nombre. El yo siente que al no ser él fijado por la escritura está destinado a perderse, a diferencia del otro, “Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro”[7], siente a su vez, paradójicamente, que el otro es el que le da una única posibilidad de supervivencia, ya que una pequeña parte del yo, va a poder vivir en el otro (“… sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro”[8]).
Sin embargo, el texto no otorga la capacidad de perseverar, porque el personaje que se plasme en él, podrá, a lo sumo, ser, según Molloy, un “simulacro fijo”[9]. Entonces, ni el yo ni el otro van a poder sobrevivir, o quedar fijos en la cultura, gracias a la literatura. La máscara/ nombre, no fija, sólo confunde, y ahí, en ese punto de confusión, tanto el lector como el autor se pierden en la desconfianza. La incertidumbre termina de asentarse en la última oración del texto, en la cual, el mismo narrador se encuentra a sí mismo perdido en el juego de caras y caretas y dice no saber cuál de los dos es el que escribe. Esto se debe, por un lado, a que al constituirse el yo como narrador/ escritor/ personaje, se está volviendo el otro; pero por otro lado, la confusión surge en el momento en que el yo fue nombrado, ya que en ese mismo acto, se lo enmascaró sin que haya posibilidad alguna de distinción -“se escribe y se lee el texto borgeano en la inseguridad”[10].
El fracaso de la acción de nombrar genera en Borges una búsqueda: él procura no nombrar, no crear, sino aludir. No obstante, aludir es otra forma de nombrar, la toma de conciencia de esto genera resignación. Este sentimiento lo acerca a la figura del autor aquí mencionado: Stevenson. En él, el ejercicio literario genera culpa y en Borges, resignación, nostalgia que se manifiesta a lo largo de “Borges y yo”.[11] Ya que el nombrar te vuelve ficción y no criatura viviente.

“Tema del traidor y del héroe”
El cuento se inicia con un narrador que es escritor, quien dice que bajo el influjo de Chesterton y Leibniz inventa un argumento. Ahora bien, el primer problema que se nos presenta en este párrafo es el de la erudición borgeana. A pocas palabras de haber comenzado el relato ya se hace referencia al escritor inglés y al filósofo alemán. Molloy plantea que el prestigio de Chesterton (como de cualquier otro autor que se mencione) queda abolido por la casi inmediata mención de otra figura destacada, en este caso, la de Leibniz (y otras posteriores). Ella afirma que la acumulación de citas, alusiones o menciones no es más que una manera de discutir los límites de la cultura, de hacer evidente un distanciamiento y de revelar el artificio literario[12]. Las menciones a otros autores abundan en este cuento y, de hecho, la figura de Shakespeare es la que cobra luego una mayor importancia para el desarrollo de la historia.
Este narrador/ escritor inventa una ficción en la cual crea un personaje/ escritor, llamado Ryan. La escritura da la posibilidad de (y obliga a) tergiversar la realidad y, por ende, le permite a Ryan reescribir las causas de la muerte de Kilpatrick para que la historia siga considerándolo un héroe, pese a haber sido un traidor. Así como el primer narrador crea a Ryan, éste, en su investigación sobre su bisabuelo, descubre a otro narrador, el que construyó la muerte de su antepasado a partir de la obra de Shakespeare. Este último narrador logra “un texto (…) que se impone a esa muerte y hace que cambie radicalmente de signo[13]” En vez de dejar ver que muera condenado por traidor, hace ver que Kilpatrick es injustamente asesinado, y de esta forma utiliza la muerte del supuesto héroe como disparador para la revolución del pueblo, el cual sigue idolatrándolo. La historia actuada y la escritura que hará Ryan no son más que una máscara: de Kilpatrick no quedan más rastros que esas máscaras que son el artificio literario, el mismo artificio que se anticipa al comienzo del cuento y a lo largo de éste con la inclusión de tantas menciones eruditas, las cuales son, también, máscara. Sin embargo, aquí, como todos escriben, hay muchas caretas, entonces, en ese punto, el personaje se vuelve, como postula Molloy, un conjunto de personajes: tal es el caso de Kilpatrick, escrito por Nolan, por el primer narrador y, potencialmente escrito por Ryan. A su vez, Kilpatrick, es leído por  varios lectores dentro de la ficción y fuera. Además, gracias al paralelismo este personaje es también el Julio César de Shakespeare, personaje que se suma al conjunto de personajes previo[14].
El indicio que hace que Ryan llegue a la “verdad” sobre el asesinato, es lo artificial de las situaciones sobre la muerte de su bisabuelo: el clarísimo paralelismo con la historia de Julio César en la versión shakesperiana y la cita de Shakespeare pronunciada por el supuesto mendigo. Todo se vuelve artificio, todo es escritura “…todo y todos ya han sido escritos y todo y todos escriben[15], y la escritura nos vuelve a lo carnavalesco. Todo lo que parece no es: esto es lo que en un primer momento lleva a Ryan a postular la idea del laberinto circular: hay que darles a las cosas un vuelco, el cual lo lleva a descubrir “la verdad”, que él elige silenciar, pero que el primer narrador nos cuenta.
Kilpatrick juró colaborar en ese proyecto, que le daba ocasión de redimirse y que su muerte rubricaría[16].”
            Aquí, como advierte Molloy, sujeto y objeto pueden revertirse: “el proyecto rubrica una muerte pero también esa muerte rubrica el proyecto[17]”. Anverso y reverso (cara y careta) se vuelven a confundir. A su vez, “Nolan rubrica los últimos momentos de Kilpatrick; y Kilpatrick, como lector partícipe del proyecto (…) también rubrica (…) el texto de Nolan.[18]” En esta rúbrica elige participar también Ryan quien “Comprende que él también forma parte de la trama de Nolan[19] y así se desvía de la verdad y la modifica en su futuro texto. Esto cierra el relato de una manera similar a la cual fue comenzado: haciendo evidente que la literatura/ escritura no son más que meros artificios, meros juegos de oscilación, de enmascaramiento, de descomposición, de descentralización. Tal como plantea Molloy, las variantes que se presentan, las reescrituras, las desviaciones, logran que el texto se multiplique (lo que Nolan “escribe” lo enriquece Kilpatrick y los habitantes de Dublín, Ryan enriquece el “texto” que descubre, y, a su vez, el primer narrador enriquece la lectura de Ryan), así como también “El tema del traidor y del héroe” se multiplica con la lectura del lector.




[1] A.A V.V. (1981) en Borges y la crítica CEAL: Buenos Aires.
[2] Drucaroff, Elsa (1996) en Mijail Bajtín. La guerra de las culturas. Almagesto: Buenos Aires, Argentina.
[3] Molloy, Sylvia (2000) en Las letras de Borges y otros ensayos. Beatriz Viterbo Editora: Rosario, Argentina. Cap. I.
[4] Borges, J. L. (2005) “Borges y yo” en El Hacedor EMECÉ Editores: Bs. As.
[5] Borges: Op. Cit.
[6] Borges: Op. Cit.
[7] Borges: Op. Cit.
[8] Borges: Op. Cit.
[9] Molloy: Op. Cit. Cáp. I
[10] Molloy: Op. Cit. Cáp. I
[11] Molloy. Op. Cit. Cáp. V
[12] Molloy. Op. Cit. Cáp. VI
[13] Molloy. Op. Cit. Cáp. II pág. 64
[14] Molloy. Op. Cit. Cáp. III
[15] Molloy. Op. Cit. Cáp. II pág. 66
[16] Borges, J. L. (2005) “Tema del traidor y del héroe” páginas 183 a 189 en Ficciones  EMECÉ Editores: Bs. As. (Edición especial para La Nación).
[17] Molloy. Op. Cit. Cáp. II pág. 67
[18] Molloy. Op. Cit. Cáp. II pág. 67
[19] Borges. Op. Cit. 

04 enero 2012

Historia de la lengua española - síntesis basada en el libro de Rafael Lapesa


         El latín
El latín es una lengua indoeuropea del grupo itálico que, cediendo al cambio lingüístico, diferente en cada una de las provincias pertenecientes al Imperio Romano, dio origen a las lenguas romances. Algunas de éstas son el castellano, italiano, francés, portugués, catalán, rumano, entre otras.

Hispania antes y después de la romanización
En el año 218 a. C. durante la segunda guerra púnica desembarcaron los romanos en la Península ibérica con el fin de conquistarla, momento en el cual comenzó la incorporación definitiva de Hispania al mundo grecolatino.
La conquista implicó transformaciones en todos los órdenes de la vida: en el técnico- agrícola e industrial, en las costumbres, en la vestimenta, en la organización civil, jurídica y militar así como también en el idioma.
Las dos zonas de penetración de los romanos fueron: el este y el sur de la Península. Al este llegaron soldados y mercaderes, de ahí que el latín de esa región fuese menos puro a comparación del que se hablaba en el sur, ya que allí habían llegado funcionarios y personas letradas, cuyo idioma era más puro.
Antes de que se diera la llegada de los romanos, había varios pueblos aborígenes habitando en la Península, estos eran: los íberos, los tartesios, los celtas y los vascos.
·        Los íberos eran un pueblo de origen probablemente norteafricano, que se estableció en el este de la Península.
·        Los tartesios se asentaron en el sur y estaban relacionados con los tirsenos de Asia Menor de los que procedían los etruscos. Los fenicios y los griegos se disputaron el predominio en la región y los vencedores fueron los fenicios. Los cartagineses eran herederos de estos y, por ende, reafirmaron la influencia de sus antecesores fenicios (1.100 a. C. en España).
·        Los celtas eran procedentes de Europa central, ellos llegaron a la actual Portugal y baja Andalucía en el s. VI a. C. Es posible que haya habido otras oleadas célticas posteriores. Al momento de la romanización, los celtas estaban asentados en el oeste y el centro de la Península.
·        Los vascos se hallaban establecidos al norte de la Península, a ambos lados del Pirineo.

Entre estos pueblos naturales de la Península hispana había diversidad de lenguas. Las lenguas prerromanas eran:
·        La ibérica.
·        La tartesia
·        La púnico- fenicia
·        La griega
·        La celta
·        La vasca.

Todas estas lenguas cedieron frente al latín menos la vasca. Aunque esta última lengua haya tomado varios latinismos, la región vasca fue la única que no adoptó el latín como lengua propia.
La imposición de la lengua latina (fenómeno de latinización) se llevó a cabo de la siguiente manera:
·        Dándole al latín carácter oficial
·        Con la acción de la escuela
·        Con la acción del servicio militar
·        Por la inculcación de la idea de superioridad cultural
·        Por la conveniencia de emplear un instrumento expresivo común a todo el Imperio.

Las hablas indígenas fueron quedando sólo en la conversación familiar hasta que se llegó a la latinización completa. En el centro, oeste y norte de la Península, la latinización tardó más en llegar porque la invasión se había dado por el este y el sur, zonas que fueron las primeras en latinizarse.
Pese a que el idioma de los conquistadores se impuso como lengua en Hispania, las que ya se hablaban en la Península influyeron, también, modificando al latín. Este fenómeno se conoce como sustrato y se da cuando la lengua dominada deja sus huellas en la dominante.
El fenómeno de sustrato se dio, por ejemplo, en los siguientes casos:
·        Fonología:
1) evolución /f/ inicial latina > [h] aspirada > 0
Este fenómeno se dio por sustrato vasco, ya que este idioma parece no haber tenido /f/ originaria y en los latinismos que ellos adoptaron, solían cambiarla por /b/ o /p/.
2) ausencia de /v/ labiodental
Se dio también por sustrato vasco. En los demás romances existe este fonema.
3) evolución del grupo /kt/ > [ch] por sustrato celta.

·        Morfología:
1)      Los sustantivos celtas de tema en –o hacían su nominativo plural en –os; esto pudo haber contribuido a que la formación del plural castellano para los masculinos siguiera la misma forma.

·       Léxico:
1)      Incorporación de nombres de álamos y plantas por sustrato celta, tales como: álamo, berro, entre otros
2)      Incorporación de la palabra barranco por sustrato ibérico, entre otras.
3)      Incorporación de gran cantidad de helenismos en el latín (durante distintos momentos y por factores diversos). Estos son algunos de los ejemplos:
         Conceptos generales: idea, phantasia, philosophia, musica, poesis, matemática.
         Tecnicismos literarios: tragoedia, comoedia, scaena, ode.
         Palabras relativas a la danza y el deporte: chorus, atleta.
         Nombres de plantas y animales: origanum > orégano.
         Costumbres y vivienda: balneum > baño, camera > cámara.
         Utensilios e instrumental: chorna > cuerda.
         Instrumentos musicales: cithara > cítara.
         Doctrina y organización de la Iglesia: evangelium> evangelio, angelus> ángel, apostolus> apóstol, diabolus > diablo, ecclesia > iglesia, monasterium > monasterio.

         En un comienzo, los privilegios de Roma no alcanzaban a todas las provincias del Imperio pero luego disminuyó la desigualdad y cuando Hispania llegó a ser la segunda provincia del Imperio, el emperador Vespasiano extendió a todos los hispanos el derecho latino, lográndose así la unificación jurídica. Posteriormente, con el Cristianismo se logró lo que faltaba para que la romanización fuera completa: la unificación espiritual.

              El poderío germánico en la península y su influencia (mezcla cultural)
         En el siglo III de nuestra era, empezaron a verse los síntomas de descomposición, y la invasión germánica amenazaba ya las desmoronadas fronteras del Imperio.
         La dominación romana en Hispania llegó a su conclusión en el año 409, cuando un grupo de pueblos germánicos (vándalos, suevos y alanos) llegaron a la Península con la intención no de invadir y destruir, sino que más bien pretendían participar del Imperio. Durante varios años se produjo una convivencia entre estos invasores nórdicos y la población hispanorrománica. Luego llegaron los visigodos y desalojaron a los tres pueblos germánicos anteriores. Se observaba notoriamente el contraste entre la disoluta sociedad imperial y la vigorosa rudeza de los germanos.

En el siglo V cayó el Imperio Romano de Occidente:
Fin de la antigüedad clásica y comienzo de la edad Media.

         Si bien los visigodos tenían el poder político, los hispano-romanos poseían el poder religioso. Aquéllos, al principio evitaron la mezcla con los hispano-romanos, incluso estaban prohibidos los matrimonios mixtos, sin embrago, la teocracia toledana conquistó las capas superiores de la sociedad goda y constituyó el más firme apoyo del poder real y al fin se llegó a la unificación jurídica para los individuos de ambas procedencias.
         En 589 los germánicos se convirtieron al cristianismo y abandonaron pronto su lengua gótica asimilando las costumbres y la lengua románica de la Península.
         La fusión con los hispano-romanos tuvo resultados de valor nacional superior, transformaron las costumbres y el derecho, y trajeron la simiente de la inspiración épica.
·  Voces romances de procedencia germánica:
         Elementos: jabón
         Música: arpa
         Construcción: sala
         Mundo afectivo: orgullo
         Instituciones: bandido, feudo     
         Vestido: cofia
         Equitación: espuela
         Militar: guerra, yelmo, espía, guardián, tregua.

         Durante el Imperio, el latín culto (literario) se estacionó, mientras que el vulgar, el lenguaje empleado en la conversación de las gentes medias y de las masas populares, con rápida evolución, proseguía el camino que habría de llevar al nacimiento de las lenguas romances. Las gentes extrañas que iban romanizándose no percibían bien distinciones en la lengua que aprendían; así ganaban terreno las expresiones nuevas. Al fin de la época imperial, las invasiones y la consiguiente decadencia de la cultura aceleraron el declive de la lengua literaria. Desde el siglo VII sólo la emplearon los eclesiásticos y letrados.
         Con la caída del Imperio, las provincias convertidas en Estados bárbaros, por la dominación de estos, quedaron aisladas unas de otras; la decadencia de las escuelas dejó al latín vulgar sin contención, lo que devino en innovaciones fonéticas y gramaticales, nuevas frases y palabras en cada región. Llegó un momento en el que la unidad lingüística latina se quebró, y las diferencias locales constituyeron dialectos e idiomas distintos.
         El romance que se hablaba en España al terminar la época visigoda se hallaba en un estado de formación incipiente, con rasgos muy primitivos. Este era el romance precastellano.

         La llegada de los árabes y la Reconquista (fragmentación de Hispania)
         En el 711 llegaron los árabes desde el norte de África a Hispania y pusieron fin al reino visigótico y en pocos años se apoderaron prácticamente de toda la Península. Con el avance de los árabes, los cristianos, empujados por aquellos se fueron hacia el norte y así se completó el proceso de romanización, ya que se llegó a romanizar a los pueblos de esa zona, con excepción de los vascos.
         En el 720 se inició el proceso de Reconquista que duró hasta 1492, momento en el cual cayó el reino moro de Granada, que era ya el último reducto árabe. Sin embrago, los árabes no fueron expulsados, sino que su presencia duró mucho más.                
·  Voces romances de procedencia árabe:
         Plantas: alcachofa, algarroba, alubia, zanahoria, berenjenas, alhelí
         Productos: azafrán, azúcar, algodón, alcohol
         Guerra: aljaba, tambor
         Vivienda: aldea, zaguán, azotea, alcoba, azulejos
         Instituciones: alguacil, alcalde
         Color: azul, carmesí

         El romance primitivo (siglos IX- XI) de los estados cristianos españoles nos es conocido gracias a documentos notariales que, si bien pretendieron emplear el latín, insertaron por descuido, ignorancia o necesidad de hacerse entender, formas, voces y construcciones en lengua vulgar.
         El romance apareció usado con plena conciencia en las Glosas Emilianenses y en las Glosas Silenses. Unas y otras datan del siglo X o comienzos del XI, en ellas los monjes anotaron en los márgenes traducciones de frases o palabras latinas que desconocían.
         El español primitivo carecía de fijeza y coincidían formas que representaban diferentes estados de evolución. Además, la lengua romance sólo circulaba para el habla cotidiana; recién en el siglo XII, XIII esa lengua comenzó a gozarse como literaria. Gonzalo de Berceo fue el primer autor castellano conocido. En este punto surgió una nueva literatura, la cual, al utilizar el romance y no el latín, que muy pocos comprendían, pretendió dirigirse a un público nuevo.
         En el año 1492 Antonio de Nebrija escribió la primera Gramática Castellana.

En el siglo XV cayó el imperio Romano de Oriente:
fin de la Edad Media y comienzo del Renacimiento.
        
         El esplendor del idioma se completó con los grandes autores del Siglo de Oro (siglo XV) a partir del trabajo iniciado en la Edad Media.

         Etapa de la conquista y colonización de América
         Con el descubrimiento de América se incorporaron palabras para nombrar elementos hasta entonces desconocidos para los europeos, por ejemplo, del quechua provienen, entre otros,  los vocablos choclo, vicuña; del náhuatl se toman cacao, tomate, hule y otros; del arahuaco y del caribe caimán, tiburón, maní entre algunos ejemplos.

         Influencia de otras lenguas modernas
       Italianismos:
         Durante el Renacimiento especialmente se incorporan del italiano palabras referidas al arte y a la música: soneto, terceto, partitura, novela, modelo, diseño. Las palabras que el castellano ha tomado del italiano se denominan italianismos.
         Galicismos:
         Durante el siglo XVIII y hasta fines del XIX el francés aporta palabras referidas a la moda, la vida social, la vivienda, la cocina, como sofá, hotel, pantalón, servilleta, merengue, chalet, etc. Las palabras que el castellano ha recibido del francés se denominan galicismos.
         Anglicismos:
         Desde finales del siglo XIX y hasta hoy se toman palabras inglesas (anglicismos) referidas al deporte (tenis, fútbol) y a la tecnología.

      



El indoeuropeo es una lengua reconstruida, es decir, muerta y de la que no se tiene testimonio escrito, y que ha sido deducida a partir de las semejanzas entre diversas lenguas hijas, entre ellas el latín, e griego y el sánscrito. Se supone que el idioma indoeuropeo se hablaba en el año 3000 a.C., y que hacia el 2000 a.C. ya existían rasgos de diferenciación notables entre las lenguas nacidas del mismo.