14 mayo 2012

Schroeder- Vaccaro Breve historia de la literatura latina. – Fragmentos.


“V.  Época de Augusto”

Esta etapa de las letras latinas (40. a. C. – 14 d. C.) puede considerarse la segunda mitad del Siglo de Oro romano, por la concurrencia de poetas como Virgilio, Horacio y los elegíacos, y un prosista como Tito Livio, favorecida por la paz que dio a Roma el gobierno de Octavio.

Virgilio

Octavio le insinuó la conveniencia de componer un poema nacional que contase las grandezas del imperio. La Eneida le demandó once años y, al cabo de tanto tiempo, no consideraba terminada su tarea y pensaba que podía perfeccionarla después de un viaje por Grecia y Asia Menor, pero en Atenas se encontró con Augusto, que volvía de una campaña por Oriente y lo convenció de que lo acompañase de regreso. Virgilio cayó enfermo en Mégara; murió después de haber desembarcado en Brindis y fue sepultado en Nápoles. Antes de morir había pedido que se quemase el poema, pero Augusto no lo permitió.
La Eneida fue el resultado no sólo de su esfuerzo sino también del aporte de los poemas homéricos, entre otras obras. La Eneida es mitológica por su asunto e histórica por las alusiones que la prolongan hasta la época del autor. Son notorias las correspondencias entre Homero y Virgilio: juegos fúnebres, catábasis o descenso al infierno, larga descripción de un escudo de manufactura divina, desfile de héroes, duelos, asambleas de dioses, intervención divina en la vida humana, llegada de Ulises al país de los reacios (Odisea, VI) y arribo de Eneas a Cartago (Eneida, I), combate ante las murallas de Troya (Ilíada, XII) y lucha entre los troyanos y los nativos (Eneida, VII), narración por Ulises de sus aventuras a los reacios y por Eneas de las suyas a Dido, aventura nocturna de Ulises y Diomedes en la Ilíada y de Niso y Euríalo en la Eneida; Aquiles, Helena, Héctor y Príamo en la Ilíada y Eneas, Lavinia, Turno y Latino en la Eneida; antagonismo Aquiles- Héctor y Eneas – Turno. Pero Virgilio puede ser leído con desconocimiento de las fuentes en que se surtió.
El aporte de la historia al mito asume fundamental papel en la transformación del mundo homérico en manos de Virgilio. Desde el punto de vista histórico, es como si los troyanos, al lograr asentarse en el Lacio, se resarciesen de la derrota en manos de los aqueos.
Virgilio se propuso, como artista, imitar a Homero; como patriota, cantar la gloria y la grandeza de Roma, y como colaborador de Augusto, sostener dinásticamente la monarquía octaviana. Esta triple finalidad es la que lo lleva a combinar la leyenda, la historia y el presente enlazados en la obra. La Eneida está poblada de referencias históricas, como cuando se refiere a César en el libro VI; otra referencia histórica es el vaticinio (para los troyanos) de la invasión de Aníbal: “Llegará el tiempo preciso de la lucha (no os apuréis), cuando la fiera Cartago introduzca en  las fortalezas romanas, a través de los abiertos Alpes, un gran desastre” (X: 11-3). Eneas, a punto de descuidar su cometido por atracción de Dido, es como Marco Antonio seducido por Cleopatra.
Era también fundamental para los romanos tratar de emparentar con los griegos, para no formar parte del mundo de los bárbaros, y ello se logra al relacionar a los troyanos con los fundadores de la estirpe latina: “y habiendo padecido también muchas cosas de la guerra, hasta que fundase una ciudad y llevase sus dioses al Lacio, de donde la raza latina y los padres albanos y las altas murallas de Roma” (I: 5- 7). El emparentamiento con los troyanos nos está contemplado también desde la concepción dinástica: “De hermoso origen nacerá el troyano Julio César, que limitará su imperio en el Océano y su fama en las estrellas, traído su nombre del gran Julo” (I: 286- 8).
La Eneida puede dividirse en tres partes: 1) caída de Troya y huida; 2) amores de Dido y Eneas; 3) continuación del viaje en busca de la tierra prometida, todo enlazado por la figura de Eneas.
El libro IV, que narra los tempestuosos amores de Dido y Eneas, es el de más honda dramaticidad, por el tema, por el apasionamiento de los caracteres y por el cruento desenlace que pone Dido a su pasión.
El VI, la catábasis, resulta, por su contenido y por su ubicación en el centro del poema, una especie de intermedio en el que el poeta deja un momento la gesta de Eneas propiamente dicha y pasa a cuestiones filosóficas. El valor fundamental de la catábasis consiste en que el héroe, para llegar a la patria, debe vencer a la muerte.
Los dioses de Virgilio conservan los odios y las pasiones de los homéricos, pero por sobre esta condición se yergue un afán de justicia que los jerarquiza y los humaniza, al par que la justicia que deben administrar se vuelve más justa. El hado parece una instancia superior a los dioses mismos, pero Júpiter se acomoda a él sólo cuando así conviene al mito. En cuanto a la adivinación, Virgilio no se limitó a sus formas romanas, sino que las combinó con las de origen helénico, y su función más importante la cumple en la escena de magia que promueve Dido en el libro IV.
Le venía muy bien Eneas al poeta por su escaso papel en la Ilíada, y porque poseía una innegable sustancia divina y se relacionaba a un tiempo con la tradición homérica, de la que procedía, y con la romana, a la que se dirigía. Eneas es uno de los seres más humanos, al que Virgilio ha mostrado muy cercano a nosotros por su modo de pensar y de sentir. Aquiles en la Ilíada y Ulises en la Odisea mantienen un carácter uniforme, mientras que Eneas en la Eneida se transforma de vencido fugitivo en jefe de estado. Por su lucha tenaz contra la adversidad, por la piedad filial, por la fidelidad a la patria, por el respeto del designio de los dioses, Eneas es “el héroe digno por excelencia de piedad y simpatía, más que de admiración”.
La verdadera contienda en la Eneida no son los combates que sostienen los ejércitos, sino la lucha interior de Eneas entre el deber y la pasión, entre Dido e Italia. Y el vencedor no es Eneas, aunque abandona a Dido; ni siquiera el deber, que es el causante de esto, sino el destino, que ha marcado inexorablemente la función que debe cumplir Eneas y, por consiguiente, el trágico final de la reina.